Toco tu boca y se diluyen los recuerdos con el peso limpio del desasosiego; beso insípido que acuna los miedos envasados al vacío ante la certeza de lo que vendrá después.
No me destrones del paraíso de tu nombre, de tu tacto, del aire que te rodea. Todo se antoja más transparente si te oigo respirar.
Escuchá atento el silencio que, a lo lejos, sentirás las plegarias que te veneran dentro mío. Dios profano, otra vez, del sinsentido.
Abrazá éste tiempo detenido, atá lazos de colores en los balcones que el viento y éstas horas (bajas horas) atraerán a los pájaros suicidas de la memoria. Rompé esquemas y acariciame como nunca antes lo hayas hecho. Sonreí, despacio, para que pueda adueñarme de cada pliegue que se dibuja en tus comisuras.
Yo acá estoy, deshojando los deshechos de éste vestido deshilachado, limpiando más lento que de costumbre los espejos, siguiendo de cerca el caminito que hace el rímel catarando en la sien. Yo, que siempre idealicé sin medidas, que dibujé las hadas menos amadas, que creí en la calma de tu abrazo, que me perdí en una autopista con acantilado a cien por hora con la certeza de no morir, estoy acá empapada en un miedo-sudor desquiciado y con el corazón agitado y enloquecido dándose de golpes con las paredes de éste cuerpo burlado por el futuro.